La fuerza del campo: Marchas Cocaleras

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2018
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Pontificia Universidad Javeriana de Cali
Abstract
Estimado lector, El cómic que hoy tiene en sus manos representa un ejercicio de comunicación y reflexión sobre los movimientos sociales campesinos que tuvieron lugar en los años 90 en nuestro país. Las marchas cocaleras acaecidas en 1996 son una ventana que nos permite echar un vistazo al devenir superviviente del campesinado colombiano. Hoy en día los campesinos se enfrentan a múltiples dificultades para permanecer en sus territorios dignamente: ya no son solamente los tradicionales condicionamientos estructurales del acceso a la tierra, la pobreza, las ineficientes políticas de desarrollo rural, o la violencia endémica que no deja de golpearlos con un ensañamiento particular. De manera inesperada, nuestros campesinos actualmente se debaten para que el Estado los reconozca como sujeto colectivo de derechos. Su invisibilidad es aún más diciente en la medida que la política pública insiste en tratarlos solamente bajo la óptica de trabajadores rurales. En ese sentido, esta novela gráfica pretende reconocer tanto la historia como las diversas expresiones de convivencia socio-cultural que este importante sector poblacional promueve en nuestro campo. Como vemos, la construcción gráfica de esta historia llevó a que nuestro equipo de trabajo se reuniera múltiples veces con los profesionales de la línea de investigación aplicada en Desarrollo Rural y Ordenamiento Territorial del Instituto de Estudios Interculturales. Además, nosotros mismos debimos sumergirnos entre los meandros de la historia campesina para lograr convertir los dibujos en contornos lo suficientemente amplios, en los que se reflejen las historias comunes que coinciden en los territorios campesinos, sin importar si es el Caquetá, la Serranía del Perijá, el Putumayo o los Montes de María. ¿Existen esos puntos comunes en la historia del campesinado colombiano? Creemos que, a pesar de su extraordinaria heterogeneidad, indudablemente es posible identificar dichos puntos de contacto. Retomando al sociólogo lituano Teodor Shanin, podríamos decir que nuestro campesinado puede ser entendido a través de los siguientes cuatro atributos que los caracterizan: Formas organizativas. La unidad familiar como la unidad básica de una organización social multidimensional: consumo propio(sostenibilidad) y relacionamiento con la estructura económica y política exterior (antes era el arrendatario, hoy existen los bancos y las fiducias que dan créditos para la actividad), así como la vinculación con el comercio local o regional. En Colombia, y en las zonas de colonización como el Caquetá, donde transcurre gran parte de la historia de nuestro comic, la forma de organización vecinal es muy importante; la vereda ha jugado históricamente esta forma de organización colectiva del territorio, y a nivel político, las juntas de acción comunal como su unidad mínima. Forma de producción. El cultivo de la tierra como el medio principal de subsistencia para satisfacer la mayor parte de las necesidades de consumo. Para el caso colombiano habría que agregarle todo el campesinado sin tierra que vende su fuerza de trabajo: los recolectores de café, o los raspachines de coca, que como se observa en esta historia, provienen de diversos lugares y son llevados y traídos por las mareas de las bonanzas agrícolas, sean estas lícitas o ilícitas. Sin embargo, el efecto de la naturaleza es particularmente importante en la producción de alimentos para la subsistencia en unidades tan pequeñas, y esa es la gran enseñanza que surge luego de la discusión entre los compadres indígena y campesino de la historia. Cultura. Una cultura tradicional específica, relacionada con la forma de vida de comunidades pequeñas. Como se puede apreciar en la historia que nos ocupa, la relación con la tierra es un elemento vital, una relación particular con la naturaleza (cultivos, animales) que se expresa en las formas de organización vecinal y comunitaria ya referidas. Por último, pero no menos importante, el campesinado por lo general se encuentra en condiciones de dominación de poderes exteriores y fuerzas que escapan de su control. De acuerdo con Shanin, por regla, los campesinos han estado alejados de las fuentes sociales de poder; su sujeción política se conecta directamente con su negación como actor cultural y con su explotación económica. En el caso del campesino colono, que protagoniza nuestra historia, es posible concluir que la principal forma de dominación tiene que ver con el acceso a la tierra, su proceso de formalización en condiciones de inequidad, así como la negación sistemática de su existencia como sujeto con cultura y tradiciones propias, lo que conlleva a ser observado como un sujeto en transición, en vías de modernización, e incluso como delincuente en el caso de los cultivos cocaleros. No puede perderse de vista que los campesinos existen como proceso dinámico, esto es, van transformando sus hábitos en el marco de las relaciones, con un entorno que, como el colombiano, es profundamente cambiante a múltiples niveles. Las tecnificaciones en la producción, las transformaciones en las relaciones económicas y de poder, las reconfiguraciones territoriales, y la presencia de diferentes actores en el campo inciden de forma condicionante en las respuestas del campesinado a los desafíos que la producción, la organización, y los cambios culturales les plantean generación tras generación. Frente al anterior panorama, el cómic busca evidenciar que campesinos y campesinas nunca han bajado los brazos, demostrando ante cada dificultad su capacidad de resistencia. En esta medida, la creatividad de estas poblaciones los lleva a encontrar siempre una solución impensada, quizás atrevida a costa de jugarse su propia vida y la de sus familias. Ahora bien, metodológicamente este trabajo conjugó herramientas propias del diseño y las ciencias sociales. En cuanto a la novela gráfica, se utilizó el Story Board como eje articulador de la trama, conjugándolo con el diseño de personajes adaptado a la estructura en viñetas. En cambio, del lado de las ciencias sociales, se construyeron varios personajes ideales muy al estilo de los trabajos de Alfredo Molano, y a partir de dichas tipologías, se intentó recrear la historia de la movilización cocalera. Producto de ese ejercicio, se diseñó una primera línea de tiempo que correspondía con el itinerario de la movilización, pero que al mismo tiempo buscaba comunicar dos momentos históricos diferentes: de un lado, este primer boceto intentaba enraizarse hacia el pasado buscando desenhebrar la suma de motivaciones que llevaron a este conjunto de familias y comunidades a arriesgar sus vidas en la exigencia de sus derechos. De otro lado, también se pensó enlazar el futuro imaginado de estas poblaciones hacia las generaciones que le siguieron y los proyectan a futuro. Posteriormente, se trabajó en un guion que densificará la trama de tiempo planteada. De este modo, se buscó construir un relato intercultural, en el que los diversos sectores poblacionales que componen nuestra ruralidad se ven como categorías complementarias y solidarias. Campesinos, afrocolombianos e indígenas, en vez de ser retratados como comunidades separadas y cosificadas bajo el yugo esencialista de la diferencia, son familias que vienen de sufrir procesos de despojo comparables, lo cual les permite pensarse solidarias las unas con las otras. El ejercicio de conservar su diferencia no les quita la posibilidad de estar unidos frente a la adversidad. Es la paradoja de la unidad en medio de la diferencia. Por: Kevin Nieto Vallejo, Carlos Arturo Duarte Torres y Paola Jurado Bolaños
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